Hace unos años, un amigo que vivió enColombia algún tiempo, me contó la perturbadora experiencia de habervisto en acción la labor de un sicario en un barrio de Bogotá. Fue afines de los 80, Rafael estaba en esa ciudad por cuestiones de estudio.Lo recordé luego de las últimas muertes en Buenos Aires.
La historia era más o menos así:
Eramediodía y el sol caía con el aplomo de siempre sobre la calleinusualmente desierta. Rafael había recorrido esas cuadras muchas vecesy siempre había tenido que esquivar chicos jugando, gamines pidiendo,autos que se cruzaban con cierto riesgo de un lado a otro. "Disfrutaba-me aclaró- de esa caminata". Era un barrio de casas bajas y frentescoloridos, con ventanas labradas en madera por donde asomaban rostrostan particulares para él, que era capaz de recordarlos aún cuando eltiempo había pasado. De hecho, cada vez que hacía ese recorrido, Rafaelsentía que transitaba una página de algún relato caribeño. Pero aqueldía, sin embargo, conoció a otro personaje que formarían parte de supaisaje de precausiones y miedos, hasta que dejó definitivamente laciudad. Esperaba el bus, como siempre, en la parada de siempre. Loúnico que escapaba a esa línea cotidiana de normalidad fue la calledespejada y la ausencia de aquellos rostros con los que solíaintercambiar una sonrisa a modo de saludo. Podía predecir quiénencontraría en qué esquina, en qué umbral, vendiendo qué cosa. Pero esedía, algo pasaba. Se preguntó si acaso fuera alguna festividadreligiosa y estuvieran todos en otro lado, en medio de un festejopopular. Repasó los horarios del fútbol u otro acontecimiento similarque pudiera haber sacado la gente de la calle. No encontró nada. En esopensaba cuando una moto dobló a toda velocidad y clavó los frenosfrente a la casa que estaba a pocos metros de Rafael. Sin bajarse, elmotociclista gritó un nombre. La puerta se abrió lentamente; desdeadentro se podían escuchar gritos. Un muchacho salió con la camisadesabrochada y descalzo. Sin mediar palabra ni apearse, el motociclistale disparó dos balazos certeros a la cabeza y al pecho. Y aceleró..."Vete de aquí, no viste nada", le dijo un viejo a Rafael, a modo deconsejo. Ese día, supo qué era un sicario.
EnBuenos Aires, veinte años después, una moto que se mete en elestacionamiento de un shopping y su conductor dispara certeramente ados supuestos narcos colombianos. Balas 0.40. "Profesionales", dice laPolicía. Tres amigos desapareceny son encontrados ajusticiados. Se habla de mensaje mafioso, de crimendel narcotráfico, de asesinos a sueldo. Matones que usan balas 0.40."Profesionales", repite la Policía. Esto pasa en la Argentina de hoy.
Y tampoco resiste un archivo.
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